Los extraordinarios días ordinarios
El día de hoy me enviaron
un audio en el que se reflexiona acerca de la vida en familia, de los pequeños
momentos del día a día, de cómo a veces nos preocupamos tanto por el orden, la
limpieza, la formación, lo que cuestan las cosas y el miedo que nos da que
nuestros hijos disfruten todo lo que les damos, que lo aprecien y que sus
estudios sean un instrumento para su éxito personal –en lo laboral- pero en lo
emocional… ¿Qué hacemos? Nos enfocamos tanto en resultados que se nos olvida
que se les puede caer el cereal, el vaso con agua, querer empaparse en la
lluvia, querer estar encima de ti pegado –cómo si ellos supieran que no siempre
será así- .
A continuación les
transcribo este bello audio el cuál nos invita abrirnos, con un poco más de más de sensatez y
humildad.
Julio Toral
Los extraordinarios
días ordinarios.
“Si crees que la vida
que tienes en familia la tendrás para siempre tal vez debas prestar atención a
los días comunes esos que comienzan con cereal y terminan viendo películas,
entre ellos están los días en que mis hijos jugaban con el perro, comían
helados por los cachetes y se mecían en los columpios, tardes con manguera y
lodo, qué los chiquillos terminaban en mi cama en aquellas noches de cine
familiar.
Cuando mi primer hijo
lloró en la puerta del Kinder pensé que siempre lloraría al separase de mi pero
todo sucede por etapas y a su tiempo, entonces los problemas no parecían
enormes, las alergias, el partidos perdido, peces y hámster que morían unos
tras otro, pero en general el mundo en que vivíamos y la familia que
construimos hizo sentir que la infancia era sólida y duradera.
Lo más bello de esa
etapa fue mecerlos en mi regazo oliendo a talco y a cabello recién lavado, el
beso y la bendición antes de dormir, me preocupaba que si no les leía un cuento
antes de dormir no los motivaría a leer
y me entristecía si discutían por el turno del juego como si fueran a pelear
por el resto de sus vidas.
Todas las etapas
llegan a su fin, la pelota deja de botar por el jardín, los juegos de mesas se
llenan de polvo, regalas la bañera de plástico y ahora esperas horas a que
salgan de la regadera, la puerta de la recamara que siempre estuvo abierta de
pronto un día se cierra, un día al cruzar la calle estiras tu brazo para
alcanzar la manita que siempre estuvo ahí para agarrar la tuya y tu chico de trece
años camina un par de pasos atrás pretendiendo no conocerte. Has entrado a un
nuevo territorio llamado adolescencia y no conoces el piso en donde estas
parado o parada.
El hijo que cargaste
y cuidaste se ha transformado en un sujeto jorobado sobre una computadora., te preguntas
si lo estás haciendo bien pues ya no hay marcha atrás, te preguntas si podrás sobrellevar
el resto del día sin discutir y acabas agotada recordando aquellos días que
parecían eternos y se han esfumado, las advertencias y consecuencias ya no
funcionan, las charlas de sobre mesa ya no existen, haces lo que puedes como
puedes, llenas el refrigerador, chofereas, negocias permisos, supervisas,
asistes a las citas de calificaciones, dejas de asistir a los partidos e
ignoras la recamara que parece ser sido bombardeada, te piden otra vez dinero,
tratas de no hacer muchas preguntas, tratas de obtener todas las respuestas, vuelves
a llenar el refrigerador, compras pizzas, te asomas por el balcón a ver la fiesta,
aprendes a –textear- con ellos, aprendes a rezar por ellos, tus noches de
sueños ahora son noches de alerta, te haces experta en leer entre líneas, en
interpretar miradas, en determinar olores, te dice ¿Quiubo Má? Y de pronto
estas de frente a una verdad que sabías desde hace tiempo y te negabas a
enfrentar, ahora el joven no necesita ni que le prepares lunch ni que le
cierres la chamarra, necesita tu confianza, te recuerdas a ti misma que habrá
que dejarlos ir y practicas el arte de vivir el presente, saboreas cada minuto
que tienes aquí y ahora, cenando con tu familia y diciendo buenas noches en
persona, das el beso en la mejilla y la bendición en la frente aunque parezca
que ya no les gusta.
No podemos cambiar el
crecimiento de nuestros hijos pero podemos cambiar nuestra actitud ante ello,
en vez de decir lo que deberían corregir piensas en lo superado y logrado por
cada uno, porque en cualquier momento vas estar abrazando a tu pequeño de un
metro ochenta de estatura y lo harás de puntitas para decirle al oído que lo
extrañaras mientras hace su maestría en otro continente.
El torbellino de los
cajones azotados y los ganchos caídos buscando un sudadera al son de la música
estridente se han ido ya, la casa tiene una nueva clase de silencio, el galón
de leche se vuelve agrió, por fin sobra una rebanada de pastel para ti pero ya
no tienes apetito, nadie te pide que lo lleves a ningún lado, sin embargo los recuerdos
que más deseo atesorar, los que querría volver a vivir son los momentos que
nadie pensó en fotografiar esos ratos que pasaban a diario entre la cocina y el
cuarto de tele, desayunar cereal en pijama y acurrucarnos a ver una película al
final del día, me tomo mucho tiempo percatarme pero definitivamente lo aseguro
qué el más maravilloso regalo el que compone mi más grande tesoro es el regalo
de esos hermosos y perfectos días ordinarios.
Les deseo muchos días
perfectamente ordinarios.
Me gusta mucho una frase
que dice:
-Un hombre que se atreve a perder una hora de su tiempo no ha
descubierto el valor de la vida.-Charles Darwin.
Eduardo Cano Félix
Apasionado de la Vida
Emprendedor, Bloguero, Carpintero Ocasional y
Marketero de Corazón
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