EN MEMORIA DEL BATO: JAVIER
VALDEZ CARDENAS.
Los caminos a veces nos eligen… y cuando eso sucede me imagino uno
debe de caminarlos.
Ediek Onac
Siempre he intentado mantener mi blog al
margen de la violencia que se vive en mi entorno, no por temor, si no por que
es una tarea muy difícil de explicar, de administrar sin causar revuelos, de
enfrentar sin salir raspado, sin ofender porque
por lo poco que hemos hecho como sociedad estamos todos embarrados de la
misma asquerosidad, la inmovilidad, la frustración, la impotencia, hablar sobre
la violencia es hablar sobre el gobierno, el narco y nosotros como sociedad.
Mi admiración y respeto hacía
Javier es por la valentía de sus palabras, de vivir en el límite, cayendo de
los filos, platicando con la fuente que justo había pasado eso que no le
hubiera platicado más que al camarada fiel, al que conoce de mucho tiempo, al
que es cómplice, al que es de confianza. Javier supo tocar esos terrenos en lo que se
fue metiendo sabiendo que quizás no iba salir de ahí, me imagino como la
espiral que sólo va hacia abajo, caer por él como un efecto “vortex”, adentrarse
cada vez más y más. Así Javier Cárdenas
nos acercó a un mundo en donde nadie se quiere meter, espacios a los que la
sociedad rehúye, imágenes que viven en el anecdotario de cualquier ciudadano
que cuenta una, dos o tres historias sobre lo cerca que estuvo de no contarla,
reflejos del gobierno que trata de encubrir, de ocultar y tratar de imponer el
olvido inmediato, convertirte en una cifra, quitarte la persona, quitarte tu
historia, arrancarte de la historia, así nada más.
A Javier lo conocí a lo lejos
estudiamos en la misma facultad – Sociología de la UAS- , el de una generación
ya egresada, en ese entonces era popular por su estilo, su forma de ser. Después
en mi corta carrera como reportero me toco compartir la emoción de reportear de
aprender a distinguir lo que es pasión y querer seguir adelante en una carrera
tan difícil como la del periodismo, yo decide de dar mi paso al costado y
continuar con mi desarrollo en lo comercial, el siguió adelante, se abrió
camino y el camino lo encontró a él. Al tiempo
con la llegada de los “ciber tiempos” me lo encontré en Facebook, compartimos
algunos “likes” y en algún momento comentar algunas diferencias sobre la
percepción que tenía cada quien sobre la violencia. Siempre abierto reconoció
mi punto, me reviro y acepto, siempre le
agradecí el gesto y más viniendo de alguien que conoció la violencia desde sus
entrañas.
Javier fue víctima de lo que
creía, él sabía que contar la verdad podía ayudarle a un descarriado tomar el
rumbo correcto, a un puntero, a alguien que dejo de estudiar… que dejo de soñar. Vi entonces a
Javier como aquel que construye un hospital para buscar la cura del
cáncer y darse por satisfecho con salvar a una sola persona. Creo que con sus
relatos, sus reportajes, sus columnas, sus libros no sólo salvo a uno sino
salvo a muchos de ellos, de hecho nos quiso salvar a todos, pero esa tarea no
estará completa si no lo leemos y le echamos la mano.
Javier cargaba su pluma junto
con su libreta de reportero, de esas de la vieja escuela para escuchar y hacer
garabatos, de mecanógrafo, así lo volví
a ver en una cantina y me pude percatar como le daba sentido a su compromiso
como periodista, escribía igual de un mesero y una cacahuatera, al leer su
“Malayerba” lo volví a conocer, le entraba todo, esperando que todos la roláramos,
nos leyéramos, reflexionáramos, quería hacernos pensar, buscando a tan sólo un alma que pudiera
salvar, de advertirle que el camino fácil es muy traicionero, queriéndonos
decir que la violencia es un laberinto de donde uno no sale, avisándonos que el
hedor que nos rodea a todos, todo el
tiempo, pero no estábamos listos para
percatarnos de ello, como un valiente que le dice a su clica que se avienten,
que le entren a los chingadazos aunque sabía que ese tiro estaba perdido antes
de empezar. Así era Javier un idealista que escribió para ayudarnos a tener los
pies en la tierra y recordarnos de lo que somos parte, de lo que dejamos de
hacer pero también de lo que podemos hacer.
El día martes 16 del presente año
me dirigí al punto de encuentro de la caminata de protesta, en las escalinatas
de la catedral de nuestra ciudad –Culiacán- fue un recordatorio de lo que ha luchado el gremio desde mucho tiempo, desde épocas donde la represión era el pan de
cada día, la lucha por una sociedad más informada siempre ha existido, aunque
se nos olvide, quien se dirigía a los medios era mi padre Jorge G. Cano, mi padre hablo sobre la tragedia que vivimos,
sobre la valentía de un hombre como Javier y recordar que antes de Javier han habido
otros más, historias de coraje y de lucha, recordé inmediatamente a uno de
ellos, alguien que fue un maestro para
mí -Humberto Millán-.
Recuerdo haber conversado con mi
padre sobre Javier, veía como admiraba lo bien que le estaba yendo con sus
libros, de lo bueno que era como persona y periodista, pero por un instante se quedaba pensativo y después percibía yo una
especie de incomodidad en su mirada, queriendo decir lamentablemente es por la
realidad que vivimos… es un tema que siempre hemos compartido mi padre y yo –esa manera en que se ve a Sinaloa- del que no muchos estamos contentos, no nos queda más que cuidarnos y ayudar a los demás o a lo que se
pueda. Javier creo pensaba igual, era una luz de esperanza,
de valentía y que honraba la palabra.
Ir a la marcha era una
oportunidad única para la sociedad de Culiacán, más sin embargo se cumplió lo
que advertía Javier, alguna vez dijo “La gente prefiere ir por una televisión
de esas que regala el pinchi gobierno en vez de reclamar la muerte de alguien”.
Así otra vez la sociedad temerosa, incrédula, hipócrita que te leyó tantas
veces no reacciono, tu muerte retumbo a todo México y en el extranjero pero
lamentablemente aquí en tu tierra apenas fuimos unos pocos, los de tu gremio,
los que te conocimos, los que sabemos lo peligroso que es tratar de acallar al
periodismo.
Me imagino que te dio gusto
vernos, unos pocos, pero locos, idealistas como tú, sabiendo que todos quieren
saber la verdad pero nadie arriesgarse como tú con el propósito de encontrarla
como dijiste: “En la Ciudad de México me preguntaron una vez cómo
reporteaba en Culiacán, a lo que respondí: ‘Con una mano en el culo’. Por eso
nadie me quiso saludar de mano esa vez”, dijo entre risas.” Añado que
debe ser también con la vergüenza y dignidad de que alguien está
haciendo algo.
Gracias camarada, gracias Bato,
Javier Cárdenas.
Como decía un cartón de un
amigo de él: “Seguro Javier ya le pidió a Dios darle la oportunidad de bajar al
infierno a reportear”
Yo estoy seguro no se
sorprende de nada, el creció en Culiacán.
Eduardo Cano Félix
Free Lance, Emprendedor e
incomodador por excelencia.